lunes, 14 de marzo de 2016

9 - Se busca mariconcito para ventas

Para mi hermana Guadalupe,
quien sin serlo, es un muy buen maricón.



Nota: Un buen día me encontraba almorzando con mis compañeras de trabajo cuando una de ellas, completamente indignada, nos cuenta que en una de las calles aledañas había visto un anuncio pegado en un kiosco de periódicos que decía: “Se busca mariconcito para ventas”. El comentario provocó que todos se enfrascaran en un gran y acalorado debate, mientras que yo empezaba a imaginar la siguiente historia.





Se busca mariconcito para ventas

 Aquella mañana asistí al teatro municipal de Lima para participar en el casting de la nueva propuesta teatral que uno de los grandes directores de este país, por el cual sería capaz de caminar sobre brasas si así me lo pidiese, estaba llevando a cabo.
Aquella oportunidad era crucial por dos razones. La primera era que acababa de graduarme, hacia unos siete meses, como actor del Conservatorio de Formación Actoral y, hasta ese momento, lo único que había conseguido era hacer de extra en un par de publicidades para tele y hacer de hombre mono en una novela, la cual sacaron del aire justo el día que salía mi episodio. Así que me encontraba en búsqueda de mi gran oportunidad, una en la que pudiera demostrar todo mi talento para catapultar mi carrera.
En segundo lugar, y la razón más importante en realidad, era que necesitaba dinero urgentemente ya que en aquellos meses apenas había conseguido ganar unos cuantos soles trabajando como actor y las amenazas de mi padre, quien había accedido a pagarme la carrera ante mis súplicas, estaba decidido a echarme de la casa si es que no conseguía un trabajo con el cual pudiera devolverle la inversión realizada; por lo que me vi en la obligación de tener que salir a la calle a buscar trabajo de lo que sea. Pero hasta ese momento no había tenido suerte ya que mi experiencia laboral era nula. Así que fueron estas dos razones, más la gran admiración que sentía por aquel director, las que me impulsaron a acudir al casting aquel día.
Este genio, y lo sigo considerando como tal a pesar de lo que ocurrió aquella mañana, había decidido darle un aire fresco al gran clásico de Shakespeare “Romeo y Julieta” convirtiéndolo en un musical, el cual adaptó y, según lo escuche decir en una entrevista, tituló “Romeo y Julito” debido a los tiempos modernos y transgresores que estamos viviendo. La historia era la misma, contaba el amor de dos chicos  integrantes  de clanes rivales enfrentados por tener el control del mercado de la venta de ropa interior masculina a través de aplicaciones de chat para gente gay. Puro romance de este siglo.
Yo aspiraba a tener el papel de Julito, obviamente el pasivo de la relación, a pesar de mi metro ochenta y siete y mis noventa kilos de peso ya que siempre he sido un actor de retos. Para la presentación de aquel día había ensayado arduamente, con ayuda de mi abuelo,  en una de las líneas más profunda y poderosas que el director había adaptado, la cual decía: “Oh Romeo, Romeo, ponte atrás que no la siento”

Cuando llegué a la audición tuve que esperar como cuatro horas en los laterales del escenario hasta que por fin me llamaron. Completamente emocionado, confiado de mi talento y con la adrenalina corriéndome a mil por las venas, me puse de pie, di el que significaba mi primer gran paso al estrellato cuando de pronto el director gritó ¡No gracias, siguiente!
Sentí aquello como una cachetada con la mano mojada. Me quedé en shock. Di otro paso más pensando que tal vez había escuchado mal pero el hombre volvió a decir lo mismo sin siquiera levantar la vista, y justo cuando estuve a punto de tirarme de rodillas al suelo para suplicar por una mísera oportunidad un asistente de producción me cogió del brazo y me llevó a jalones hasta la puerta de salida. Como estaría de desconsolado que el joven, en un gran acto de humanidad, me dijo que aquel día por la tarde realizarían el casting para elegir a los actores que harían de pileta uno, dos tres y cuatro y a los que harían  de escultura una, dos tres, cuatro hasta el veinte. Me aconsejo que me diera una vuelta, que le parecía que tenía todos los requisitos para hacer de pileta.
Estaba tan destrozado que me fui casi gritando y llorando por todo Jirón Ica. No lo podía creer, no solo la oportunidad de mi vida se acababa de esfumar sin haber podido demostrar toda mi capacidad actoral sino que, además, se burlaban de mí diciéndome que tenía talento para hacer de pileta. Como comprenderán estaba devastado.

Debido al cansancio que me significaba llorar, algunos metros más allá, me detuve, me apoyé en un kiosco de periódicos para recuperar el aliento cuando levanté los ojos y tuve la pésima suerte de verlo, blanco con sus gigantescas letras Comic Sans de color negro. Automáticamente sentí como una fiebre empezaba a encenderme hasta casi volverme un ser rojo fosforescente debido al mensaje que el anunció tenía, el decía: “Se busca mariconcito para ventas. Preguntar por Maruja” y más abajo la dirección. No lo podía creer. Ya bastante había tenido con mi fracaso como para tener que sumarle a eso la discriminación laboral de la que estaba siendo víctima. ¿Por qué los heterosexuales no podíamos ser tan buenos vendedores? me pregunté. Yo venía buscando trabajando como loco, me rechazaban de todos lados y, de pronto, me encontraba esta oportunidad enviada por dios la cual no estaba dirigida a mí, lo que produjo que, presa de la indignación, arranque el anuncio y me dirija a la dirección para hacerme escuchar.
Miientras iba caminando pensaba en como la vida me estaba cruzando lo gay en el camino para burlarse de mí. Me acaban de rechazar sin haberme dado si quiera unos pocos segundos para demostrar que podia ser uno y muy bueno. Todos los seres humanos tenemos derecho a ser gay, me dije con lagrimas en los ojos y apretando los puños, más aun si nos hemos preparado tanto para ello.

Cuando di con la dirección tuve que respirar profundo varias veces para tranquilizarme.
Toqué el timbre muy molesto pero nadie abrió. Volví a tocar cuando escuché una música que venía de adentro, esta sonaba tan fuerte que nadie pudo oír mi segundo llamado. Esperé  unos segundos a que pase el alboroto y toqué el timbre nuevamente pero nadie abrió. Entonces decidí que rompería la puerta de un patadón y que entraría gritando como un energúmeno cuando, de pronto, esta se abrió y apareció una mujer regordeta con cara de pitbull magullado, la cual supuse debía ser Maruja. Nos quedamos mirándonos como examinándonos por un par de segundos sin decirnos nada y justo cuando empezaba a tomar aire para gritar como un demente esta me tiró la puerta en la cara. Llamé nuevamente a la puerta ignorando el timbre y ocurrió lo mismo, la mujer abrió la puerta, me miro, yo tomé aire para gritar y esta, nuevamente, me tiró la puerta en la cara. Nuevamente volví a tocar la puerta mientras gritaba que me abrieran y así pasó. La mujer abrió y sin vacilar preguntó a secas ¿es usted mariconcito? Lo que me dejó perplejo por varios segundos. ¿Es usted mariconcito?, volvió a preguntar con su inexpresivo tono de voz y agregó, Si es usted mariconcito pase, siéntese y espere su turno sino, por favor, no me haga perder el tiempo.
¡Vengo a quejarme…!  Empecé  a gritar pero con un gesto la mujer me calló, me hizo pasar y me señaló el libro de reclamaciones diciéndome que cualquier queja podía escribirla ahí. Dicho esto se dio media vuelta y desapareció tras otra puerta.
Todo pasó tan rápido que me quedé idiota. Primero lo del teatro y ahora esto. Entonces, me pregunté ¿qué otra cosa peor me podría pasar? En ese momento alguien carraspeó, volteé y me di cuenta  donde estaba. En la habitación, que no era amplia y no contaba con ninguna ventana por donde pudiera entrar un poco de aire, habían colocado dos hileras de sillas desde las cuales varios postulantes, los cuales esperaban su turno para ser entrevistados por la gorda Maruja, me echaban miradas libidinosas, Lo que provocó que presa del pánico, coja el lapicero, abra el libro y comience a escribir mi queja lo más rápido posible.
Cuando estuve terminando con mi reclamo, sin querer, escuché una conversación entre dos personas en la sala, la cual, llamó poderosamente mi atención. Uno le decía al otro: “La Maruja es hija de la señora que vende pellejito broasters en mi barrio. Justo anoche pasé por ahí para comprarme mi pellejo, ya que es mi dosis hormonal diaria, cuando la Maruja me ve y me dice, ¡Cabro, nuestra vendedora estrella, La boca de bebe, se acaba de ir y estamos buscando una vendedora para que la reemplace! ¿Por qué no vas? Están pagando, si eres buena vendedora, tres mil soles y el horario es de once de la mañana a cinco de la tarde, solo de lunes a viernes…”
No necesité escuchar más. ¡Tres mil soles trabajando menos de ocho horas diarias! Aquello sonó como música para mis oídos. ¡A la mierda la actuación!, pensé, ¡voy a vender como loco para pagarle la deuda y taparle la boca al milenario de mi padre! Ya después de ahorrar por algunos meses podría hacer algo que no tuviera que ver con las ventas, como montar mi propia obra de teatro, o mejor aún, podría contratar a ese director miserable para que dirija mi propia obra.

Cuando hice mi aparición en la sala la mujer se quedo estúpida. Me miró de pies a cabeza como si se le hubiera aparecido la virgen, hizo a un lado el pan con torreja que tenía al frente y se rascó la cabeza pensando en que demonios hacía allí. De pronto y sin ningún amague previo me preguntó nuevamente, ¿es usted mariconcito? a lo que yo respondí que no ¡pero que podía intentarlo, que era actor! respuesta que provocó que la mujer acentuará aun más la cara de estúpida, se encogiera de hombros, mirara a todos lados buscando una respuesta para finalmente decirme que me presente. Yo empecé: Bueno, me llamo Antonio, tengo veintidós años, me gusta el futbol, soy de alianza…
Tiene que presentarse como mariconcito, dijo a secas y con el mismo tono seco, ¿cree usted poder hacerlo?, y yo, recordando cómo había preparado el papel de Julito, tomé aire y empecé, ¡Buenos días Maru, buenos días Perú! Me llamo Kyary Xolenka Rivadixiri de la Xaxara, tengo veintidós añitos, me gusta bailar, cantar y reunirme con mis amigas a ver Glee. Soy un chico, ¡perdón!, una chica muy alegre, emprendedora, buena vendedora y muy amigable, la cual gusta de caballeros educados que sean tanto bellos por dentro como por fuera.
La mujer, que parecía gratamente sorprendida, cogió una hoja y anotó algo en ella. Luego dijo, muy bien, ahora la prueba de tolerancia-latina. ¿Cómo reaccionaría al tacto de un hombre?, ante lo que exclamé, ¡como que al tacto de un hombre! ¿Qué acaso me van a prostituir? ¿No que el trabajo no es para ventas? Se hizo un silencio sepulcral y, antes de que el pitbull con peluca se enojara, respiré y respondí con una sonrisa que casi me deformaba el rostro, soy una chica muy amiguera y, como buena latina, estoy acostumbrada a que el hombre latino sea expresivo. En ese caso… supongo… bien… que, y  pensé en esos tres mil soles mensuales para no salir corriendo,  le correspondería gustosa.
Muy bien, dijo ella tras volver a anotar en la misma hoja, tras un estudio realizado por la OIT se ha llegado a la conclusión que la clave del éxito de las ventas de una empresa se basa en las capacidades de  baile de sus vendedores ya que, nunca se sabe, cuando un cliente depresivo pueda pedirle que baile. Por lo tanto, le voy a poner diferentes ritmos musicales, los cuales tendrá que bailar con el mejor ánimo, recuerde que su baile no solo le asegurará una buena venta sino que podría salvar una vida.
Yo comencé a sudar frio. La mujer presiono play. Lo primero que sonó fue la “Magalenha” de Sergio Mendes, así que no me quedó de otra más sonreír y ponerme a brincar como si tuviera una cucaracha en el zapato. A los pocos segundos cambió la canción y sonó la salsa “Como una loba” de Laura Mau, así que me puse coquetona y comencé a contornearme como si tuviera atrapado dentro de mí un pedo loco el cual me producía una gran cólico. Para terminar, y valgan verdades, ya estaba esperando que sonara, me soltó 0303456 de Rafaella Carrá, para la gala de un gran despliegue no solo físico sino interpretativo. Al final de la pieza la Maru, presa de un impulso, se puso de pie y emocionada comenzó a aplaudir. Yo hice una reverencia muy digna de una bailarina de clásico lo que emocinó aun más a la gorda. Muy bien, dijo mientras tomaba asiento, prueba de seducción y coquetería. Quiébrese, dijo ¿Cómo que quiébrese?, pregunté ¿Quiere que me quiebre un hueso? ¡Ni que fuera faquir! pero en ese momento ella señalo una foto de Thalía, la cual estaba pegada en la pared. Lo entendí todo. Me puse de perfil, boté todo el aire que tenía en el cuerpo, hundí la pelvis, saqué pecho y mientras visualizaba mentalmente una “S” podía oír como las vertebras de mi columna iban crujiendo. Pasados varios segundos, y cuando estuve ya lo bastante morado como para empezar a preocuparla dijo que era suficiente. Volvió a anotar algo, se quedó pensativa por unos segundos cuando, sin mirarme y casi como para sí dijo, es usted un buen mariconcito. Me puse a llorar. ¡No lo podía creer! Me acaban de echar del teatro porque consideraban que no sería bueno para el papel de Julito y, en aquel lugar, luchando por el puesto con mariconcitos de verdad, aquella mujer a la cual había odiado desde lo más profundo de mi corazón me decía aquellas mágicas palabras.
Al verme así me preguntó si me encontraba bien y yo le dije que sí. Acto seguido se puso de pie y me pidió que la esperara, que era el único que había pasado hasta la última instancia, que, antes de que entre yo a la entrevista, estaba muy decepcionada y preocupada porque no había encontrado ningún maricón digno de ser llamado cómo tal, pero que conmigo le había regresado el alma al cuerpo. Espere aquí, dijo y salió de la habitación.
No lo podía creer, estaba a punto de ganar el sueldo de la vida y todo gracias a mi talento de mariconearme. ¡Tres mil soles!, me dije, es demasiado bueno para ser cierto. ¿No habré escuchado mal?, y empecé a sentir miedo. Pensé ¿y si en realidad dijo mil y yo escuché tres mil? y el miedo de aquello me hizo sentir como si alguien me volviera a cachetear con la mano mojada.
 A los pocos segundos apareció con una cajita de cartón en las manos, la cual colocó sobre su escritorio. Ahora, la última prueba, dijo. Pero antes de eso, e hizo una pausa antes de continuar, voy a  contarle un poco sobre el puesto. Estamos buscando el reemplazo de una de las mejores vendedoras que han pasado por aquí, nuestra querida “Boca de bebe”, que en paz descanse. Ella ganaba…, y justo cuando me iba a dar la cantidad la interrumpí preguntándole, precisamente, cuanto era el sueldo mensual. Ella respondió, bueno, nosotros pagamos el mínimo, que es setecientos cincuenta soles, pero lo que queremos es darle a nuestra nueva vendedora las mismas herramientas para que alcance las mismas cuotas de venta mensuales que nuestra antigua vendedora; así gana la empresa, el vendedor y nos quedamos todos felices.
 Aquella respuesta me calmó.
Por lo tanto, siguió hablando Maruja, nuestra última prueba ¡y el verdadero secreto de ventas de esta empresa!, y dicho esto sacó de la caja un pepino el cual colocó sobre el escritorio.
¿Para que un pepino? pregunté presintiendo lo peor. ¡Ahora sí que no entiendo nada!
Nuestra ex vendedora “La boca de bebe”, empezó a decir la mujer, encontró en el poder de sus felatios, felatios más que requeridos y loados por nuestros clientes, la clave de su éxito; así que debo cerciorarme de que los suyos sean igual de efectivos. Por cierto, ¿no le molestaría, más adelante, sacarse todos los dientes y empezar a usar dentadura postiza, verdad?
Cruce tan rápido la avenida que casi me atropella una combi. Cuando recuperé el aliento cuadras más adelante me di cuenta que Maruja, en su desesperación, y para evitar que me vaya, me había arrancado un mechón de pelos. Pero no importaba.

Más tarde ese mismo día, mientras esperaba mi turno ensayaba mi mejor cara de pileta. Si bien la paga no fue buena ser la escultura numero catorce no fue tan malo, aunque hubiese preferido hacer de pileta, valgan verdades.
La temporada fue muy exitosa y después de eso me han llamado para caracterizar no solo esculturas sino arboles, faroles de luz, palos de escoba y hasta pepinos gigantes en una adaptación de Ricardo III del mismo director. Ahora estoy preparando mi primer papel con dialogo, aunque solo se trate de una palabra. Encontré trabajo en un café y con mi sueldo miserable le estoy pagando a mi padre. No gano mucho pero al menos no tengo que reemplazar a ninguna desmuelada. Ustedes entienden.




lunes, 26 de octubre de 2015

8

Estoy seguro que la mayoría de las personas que me vieron sentado en el bus se decían a sí mismas que estaba pensando en los huevos del toro o en cualquier cojudez pero nó, en aquel momento me encontraba iluminado por los dioses del smog y por los espíritus huelguistas de la avenida Abancay los cuales me ayudaban a profundizar en una de las revelaciones más claras que había tenido hasta ese momento en mi pendenciera vida. 
Mientras miraba por la ventana del bus como a una china gorda con cara de min pao le robaban el celular entre gritos mientras que a pocos metros un vendedor de antenas para televisores LED exponía su producto en medio de una media luna de público, llegaba a la conclusión de que si Adolph Hitler y Winston Churchill hubieran sido mujeres probablemente la segunda guerra mundial seguiría. 
Me imaginaba a Churchill como la tía gorda y borracha que todos tenemos, esa que no duda a la hora de agarrarse a puñetes con cualquier faltoso,  y a Hitler como la vecina vieja, fea y neurótica que revienta todas las pelotas de la cuadra que golpean su puerta a cuchillazos. 
Me encontraba invadido por aquellas visiones cuando de pronto el bus paró y una horda de desadaptados escolares subió al bus gritando como barras bravas mientras se daban de empujones y puñetazos cada dos palabras. Por si acaso me pasé el celular al otro bolsillo, puse mi mejor cara de culo, me cruce de brazos y trate de ser ajeno a todo lo que ocurría.
El bus avanzó unos dos metros y se detuvo de nuevo para subir más pasajeros. 
Luego de eso nos agarró la luz roja, subieron dos vendedores de golosinas al bus, cada uno con una historia más trágica y paporreteada que el otro a los cuales nadie les compro ni medio caramelo mientras que de fondo unos bailarines de break dance hacían de las suyas en el crucero peatonal infestado de gente que avanzaba esquivando los miembros giratorios de los bailarines para no perder un ojo o no recibir un golpe bajo.
Con toda esa estimulación multisensorial me resultaba muy difícil seguir filosofando de la vida, por lo que decidí hacer lo que los hombres sabemos hacer más que bien que es: poner el cerebro en blanco; cuando una voz pituda y algo nasal resonó en medio de todo ese caos.
  • A ver un caballero que me de el asiento – dijo una señora agarrada como podía a los tubos del bus, la cual se encontraba de pie al costado de los asientos en los que se encontraban sentados los escolares. Dicho esto los escolares se callaron de súbito, se hicieron los locos e incluso algunos incluso se hicieron los dormidos. – ¡Cómo! – dijo la mujer indignada - ¿y los caballeros? 
  • ¡Ya se bajaron! – grito solápamente uno de ellos lo que provocó la risa colectiva de los que estaban cerca. Por supuesto que yo me indigné pero no dije nada ya que, la verdad, tampoco quería darle el asiento a la vieja.
  • Vivos son cuando están en mancha. Ustedes también tienen madre. Vamos a ver si les va a gustar que a su madre la traten así – empezó la vieja con su monologo el cual no paró hasta avanzadas varias cuadras cuando, nuevamente, el bus paró, abrió la puerta de atrás y un atado gigantesco de alfalfa entro disparado golpeando a la vieja, la cual producto de la cólera se puso de todos los colores y comenzó a hacer mil muecas. Detrás del bulto una mano rechoncha apreció y se cogió del fierro del bus como pudo mientras el carro empezaba a avanzar. 
  • ¡Qué imprudencia! – gritaba ahora la mujer mientras los escolares se aguantaban para no carcajearse en su cara - ¡Como dejan subir bultos al bus, como si esto fuera un camión de animales! Una que ha estudiado en los mejores colegios de Lima y tiene que soportar que la traten así. Yo estoy pagando mi pasaje – decía mientras que la dueña de la mano rechoncha, una paisana gorda la cual tenía abrazado a un gallo, acomodaba su paquete – Que barbaridad esta gente – término de  decir la vieja – mejor me bajo, carajo. ¡Cobrador, devuélvame mi pasaje que me voy a bajar! – y mientras mascullaba algunas otras cosas indescifrables comenzó a avanzar por el pasillo, cuando al pasar por el lado de la paisana soltó un grito como de charro mexicano. Todos nos asustamos y volteamos para ver que ocurría cuando pudimos oír claramente: - ¡Como se le ocurre subir con un gallo al bus!
  • ¿Ti ha picao? – preguntó la paisana
  • ¡Claro pues que me ha picado!  
  • Cumu va picar. Nu pica mi gallo, tranquilito es – dijo la paisana sonriendo tímidamente
  • Chola burra, carajo – dijo la vieja y quiso avanzar.
  • Oyi, ¿ quin tas dicindo burra tú? – dijo la paisana visiblemente enojada – Vija astopida,. 
  • ¡Y encima te pones atrevida! En vez de pedirme disculpa...
  • Tu pues tas qui mi faltas respeto ¿y yu ti tingo pedirte disculpas?…
  • ¡Ya sal de acá que voy a pasar! – y acto seguido la empujó con el brazo para que se arrime.
  • Uyi nu minpujas que vas perdersh, nu minpujas qui vas perdersh – dijo la paisana en tono amenazante - tu cris que yu soy cualquira, yu soy de Huancayu.
  • Oye, ¿tú crees que me vas a asustar? A mí que me importa que seas de Huancayo o de la puna. Pedazo de atrevida.
De pronto el bus se paró debido al escándalo y el chofer comenzó a gritar mientras veía la escena por el espejo retrovisor: - “Ya pue ñora no hagas problemas”. A aquel reclamo se le sumaron el de las personas incomodas que le pedían a la vieja que se calme y que se baje pero esta nos gritaba a todos que la había picado el gallo. – “Baja tranquila noma mamita, no hagas problemas. Oe chato devuelve su pasaje a la ñora”, dijo el chofer nuevamente mientras los escolares, divididos en dos bandos, apostaban a gritos diciendo “Yo le voa a la vieja”, “yo le voa al gallo” 
  • Pero porque pues le voy a dar el gusto a esta serrana de mierda, encima que me ha aplastado todo mi brazo son su bulto…
  • Tu qui cris, que yu mivoi vergonzarsh porqui mi dices sirrana – dijo la paisana y de pronto, debido a los gritos de los escolares, de la vieja, de la paisana, de los pasajeros incómodos y del chofer estresado todo se volvió confuso. Ya no entendía nada, solo veía que la vieja y que la paisana se decían cosas. Esta última le metía el gallo a la otra haciéndola retroceder y enojarse aun más. 
De pronto vi que salió un sopapo y que el gallo daba un mortal en el aire mientras aleteaba  desesperado. Algunas personas cercanas se pusieron de pie y otras se cubrieron, menos una incauta a la cual el gallo terminó metiéndole un tacle en la frente. Todo era un caos. 
Lo último que recuerdo mientras avanzaba para bajar era que el chofer se quitó el cinturón de seguridad, que avanzó por el pasillo y a la pasada le metió un cachetadón al cobrador para que saliera de su asombro y lo ayudara a calmar los ánimos.

La verdad ni siquiera reclame mi pasaje pues con lo que acababa de pasar me sentía más que pagado. “Sí” – me dije – “ahora no me cabe ni la menor duda de que si Hitler y Churchill hubieran sido mujeres seguiríamos en guerra”.


lunes, 24 de agosto de 2015

7

Cuatro personas se encuentran paradas frente al cuerpo de un hombre que yace sin vida en el piso de la sala.
Los cuatro están agitados, algo golpeados y observan el cuerpo algo nerviosos.
Después de varios segundos de esperar alguna tipo de reacción X decide despejar su duda.


X: (Se acerca al cuerpo sin vida y lo mueve con el pie. Lo observa unos segundos más para luego decir) Está muerto.
Domenica: ¿Qué? 
X: Muerto, está muerto. (Lo vuelve a mover con el pie pero el cuerpo no responde) ¿Ves? (y dicho esto camina hacia el toca disco, coloca el brazo con la aguja sobre el vinilo, uno de MFSB, el cual empieza a sonar) 
Doménica: (Completamente aterrada) No puede estar muerto.
Alfredo: Tranquila…
Doménica: (Cada vez mas aterrada) Como que tranquila. ¿Te das cuenta?. No puede estar muerto, no, no puede ser. (A X) Tómale el pulso de nuevo. ¡Vamos, acércate y tómale el pulso! 
Estefania: (Quien segundos antes se ha apartado de la escena para servirse una copa de champán) Se debe estar haciendo el muerto. Ya sabes como era tu marido de teatrero (y acercándose a ella) Mira, (dice mientras sirve otra copa de champan) toma un poco de esto y, como dice Alfredo, tranquilízate. 
Domenica: (Que grita fuera de si) ¡X, tómale el pulso!

X se acerca la observa enojado, se acerca de mala gana al cuerpo tendido, le toma el pulso, luego acerca su oreja a la nariz del difunto para oír si aun respira, lo vuelve a mover, termina de lacrar todas sus sospechas y se pone de pie.

X: Es un hecho. Está muerto. (Y dicho esto se toma la copa de champan que Estefania había servido para Doménica)

Doménica se descompone, se acerca al cuerpo, se arrodilla, besa y abraza el cuerpo. Su llanto calmo y elegante empieza a transformarse hasta convertirse en un llanto ordinario, desgarrador y brutalmente sonoro. 

Alfredo: (Pasados unos segundos) ¡Ya basta! (y la arrastra para alejarla del cuerpo) ¡Termina con este drama! 
Estefania: (Que ha estado sentada en uno de los brazos del sofá con su copa de champan) No entiendo porque lloras; mas bien deberías estar feliz. Dime, ¿lloras por que Enrique esta muerto o lloras por el miedo a al cambio, que es la libertad, que supone que este desgraciado esté muerto?
Doménica: No entienden, he asesinado a mi esposo, al hombre con el que he compartido casi quince años. Ahora ¿Qué va a ser de mi? ¿De que voy a vivir?
Estefania: Deberías decir, mas bien, “de quien vas a vivir ahora” Pero tranquila, aun eres bella y los hombres estarán detrás tuyo; mas aun ahora que eres viuda y potencialmente una asesina. 
Alfredo: No puedes sentir pena por esta basura, Doménica. Recuerda todo lo que te ha hecho; recuerda los insultos, las sacadas de vuelta, las humillaciones, las veces que te dejaba encerrada con llave mientras se largaba de viaje. ¡Recuerda! No puedes sentir pena por él. 
X: Deberías sentir pena por nosotros que acabamos de convertirnos en testigos de un asesinato; cosa que a mi no me molesta, ni me asusta. En absoluto. Me da exactamente igual. 
Doménica: ¡Me van a meter presa! Van a descubrir que yo lo maté. 
Estefania: Técnicamente no lo mataste, solo te defendiste, y defendiste a Alfredo a quien tenia contra el piso a punto de clavarle un cuchillo en el pecho. 
X: No podrás defenderte con ese argumento. Solo iras que te defendiste. 
Doménica: (Cae sentada en el mueble, apoya sus codos en sus rodillas y se lamenta) Nunca debí desobedecerlo, ni mentirle, ni engañarlo. (A Estefania que ha tomado asiento a su lado) Podría haberme ahorrado todo esto siendo una buena esposa, ¿no crees?
Estefania: (La toma dulcemente del rostro) Querida, ¿y privarte de vivir? ¡Por favor! Tómalo con calma. Quizá ahora te encuentres arrepentida por lo que has hecho pero en uno años recordarás esto y te reirás.
Doménica: Estefania, he matado a una persona.
Alfredo: Debes empezar a decir, aunque no sea verdad, que fue un accidente.
X: No es un argumento muy creíble ese de la defensa. El juez podría preguntarle, por ejemplo, porque no llamo a la policía o porque no grito por ayuda. Además, no estaban solo ellos dos en casa, estábamos tu, yo y Estefania. Lo primero que se preguntaran es ¿qué hacían tres personas ajenas el día de la muerte de este hombre? 
Estefania: Tiene razón, no nos ayuda en nada.
Alfredo: A ver, repasemos los hechos, para ver que podemos rescatar de todo esto y que partes debemos corregir…
Estefania: O simplemente borrar. Doménica ¿Cómo fue tu día?
Domenica: Voy a confesar.
Estefania: ¿¡Tu estás loca!? ¿Quieres que todos vayamos a parar a la cárcel? Limítate a responder a mi pregunta. 
Doménica: No, me echaré la culpa de todo esto y nos lo meteré en problemas…
Alfredo: Vamos amorcito, la justicia es astuta y los periodistas unos topos hijos de perra. X: Empieza.
Doménica: (Los observa por unos segundos y luego, al darse cuenta que ninguno dará su brazo a torcer, empieza a hablar) Se supone que Enrique regresaría de su viaje de trabajo mañana por la mañana, por lo que decidí invitarlos a almorzar y a pasar el día. 
Esa mañana salí temprano a hacer las compras. Luego empecé a cocinar, y mientras la pasta se iba haciendo aproveche para ordenar un poco la casa, ya que a las sirvientas les había dado el día libre para que no le cuenten nada a Enrique. Una vez que la comida estuvo lista ustedes empezaron a llegar. Cuando estuvimos los cuatro aquí serví el almuerzo, destapamos el vino y pusimos música. De pronto no sé para que decidí ir a la cocina cuando de pronto sentí que alguien forcejeaba la puerta de servicio. No me pregunten como pero en ese momento supe que era él por lo que les pedí que se escondiesen donde pudieran. Acto seguido quité los platos de la mesa, y solo deje las copas, la música y el champán. 
A los pocos segundos Enrique apareció por la entrada principal. Al ver que había cocinado y que todo se encontraba mas arreglado que de costumbre le dije que lo esperaba, que había averiguado que llegaría hoy y que le había preparado un almuerzo por nuestra víspera de aniversario. Luego le serví, conversamos un poco hasta que me dijo que sabía de lo nuestro (mirando a Alfredo) Tiró la copa de champán al piso, se puso de pie violentamente, se abalanzó sobre mi y empezó a golpearme.
X: Claro, fue en ese momento aparecimos nosotros, le dimos su merecido hasta que casi mata a Alfredo. 
Alfredo: Y en ese momento cogiste el florero de cromo, lo golpeaste en la cien y lo mataste en el acto.
Doménica: No tienes que recordármelo.
Estefanía: No nos van a creer que fue en nuestra defensa.
Alfredo: Si, tenemos que descartar toda esta historia y crearnos una nueva. Piensen.

Todos piensan por varios segundos.

Estefania: ¡Y si colocamos el cuerpo en la tina y decimos que se resbaló y se golpeó la cabeza!
Alfredo: Pero como explicamos los golpes en el cuerpo y demás hematomas. Es más que obvio que ha habido un forcejeo.
X: Ademas se preguntaran ¿Qué hacían estas tres personas en su casa el día que, precisamente, este hombre sufre un accidente en la bañera?
Estefania: Tienes razón.
Doménica: (Lamentándose) Ojalá esto nunca hubiera pasado…
X: ¡Espera Doménica! De repente esto nunca pasó. Claro. ¿Dices que Enrique forcejeo la puerta de servicio, verdad?
Doménica: Si, vi claramente como alguien giraba el pestillo inútilmente ya que yo había puesto tranca por dentro.
Alfredo: Entonces si uso la escalera de servicio seguro el vigilante no lo vio entrar al ascensor del hall.
Doménica: ¡Y ahora que me acuerdo apareció sin sus maletas! 
Alfredo: ¡Bien, amorcito! Entonces las maletas están en el auto. 
Doménica: Pero ¿y la camioneta, donde está?
Estefania: Yo aparqué mi carro en tu cochera. 
X: Yo me estacione afuera.
Alfredo: Yo igual.
X: Entonces Enrique debe haber estacionado su auto en la calle o en otra cochera. 
Alfredo: Lo que hace que el vigilante, definitivamente no lo haya visto o haya pensado que se trataba de alguno de los empleados del edificio. 
X: Eso es. Enrique nunca llegó. 
Estefania: ¿Y las cámaras? Habría que revisar si en el tramo que siguió el auto y luego Enrique habían cámaras. 
Domenica: ¿Y si las hay?
X: Borramos la grabación. Estas cámaras son de circuito cerrado y tienen una computadora interna en el edificio. Si tenemos acceso a ella podemos terminar de borrar toda la evidencia.
Doménica: ¿Y si no llego a Lima, a donde se fue? ¿Cómo murió?
Estefania: ¿Su celular está aquí?
Doménica: (Se acerca y revisa uno de sus bolsillos) Aquí está. 
Estefania: Muy bien, entonces: te enviamos un mensaje de texto diciéndote que “te deja para siempre y que nunca mas volverá”. Cuando vengan tus muchachas se lo contarás llorando; estas se encargaran de esparcir la noticia por todo el edificio, incluido el portero el cual dudará, en el caso poco probable de que sospechara que se trataba de tu marido en la camioneta el día de hoy. 
Alfredo: Llega al aeropuerto, de eso si hay evidencia, sale de ahí y decide irse en su camioneta… Pero ¿a dónde?
Doménica: A Arequipa, tenia una amante allá a la cual solía visitar muy a menudo.
Alfredo: Perfecto. Va a Arequipa en su camioneta, coge mal una curva y la camioneta cae por un acantilado, esta explota y muere. 
X: Un momento, pero para eso necesitamos una prueba, o sea, montar el cuerpo en el auto, que alguien lo conduzca hasta un precipito en Arequipa y lo desbarranque. ¿No les parece que es mucho?
Estefania: Alguien disfrazado de Enrique tendría que manejar, mientras que los otros tres vamos en otro carro como apoyo. Una vez en el lugar; acomodamos el cuerpo en el asiento, rociamos el vehículo con petróleo y luego lo desbarrancamos.
Doménica: ¿Y si el cuerpo no se quema del todo y queda evidencia?
Alfredo: Es imposible. El plan es perfecto. El celular tendría que ir con el cuerpo al igual que las maletas. Ese mensaje de texto es una prueba crucial. 
X: ¿Y si el carro se encuentra estacionado en la calle, por ejemplo, como llevamos el cuerpo al carro sin ser vistos o sin levantar sospechas? 
Alfredo: Tendremos que buscar una forma de hacerlo sin hacer mucha luz.

Todos se quedan pensativos por unos segundos. Caminan por el espacio tratando de pensar en un buen plan para mover el cadáver. X se sienta en la mesa, observa uno de los platos a medio comer y entonces exclama.

X: Eso es ¡eso eso! 
Estefania: ¿Qué pasa?
X: Carne molida, hagámoslo carne molida. 
Domenica: (Aterrada) ¡Que!
X: Claro que si, mientras la evidencia se encuentre reducida en su mas mínima expresión es más seguro para nosotros que no puedan reconocerla. Podemos hacerlo aquí mismo, así no tendríamos que sacar el cuerpo. Le hacemos un corte en la yugular, lo colocamos boca abajo ayudados de alguna especie de arnés improvisada y esperamos que se desangre. Luego le cortamos las extremidades, las molemos en una moledora industrial que puedo conseguir; todo esto triturado los colocamos en varios coolers, los que podemos ir sacando de aquí sin levantar sospechas.
Estefania: ¿Y que cuerpo tiramos por el barranco?
X: Tengo un amigo que trabaja en la morgue, puedo pedirle que me consiga un cuerpo parecido al de Enrique.
Alfredo: Entonces, antes de ir a Arequipa pasamos por el cadáver y proseguimos con el resto. Pero ¿y de ahí que hacemos con la carne molida?
Estefania: ¡Podemos llevarla a mis chacras en Huancayo y dárselas a los perros! 

En ese momento Doménica, que ha estado horrorizada oyendo lo que hablaban se desmaya. Alfredo que ha estado atento al malestar de esta la coge en el aire y trata de despertarla)

Alfredo: ¡ Es perfecto!
Estefania: Pienso igual. Es mejor ser visto sacando coolers que un gran bulto envuelto en una tela.
Alfredo: ¡Entonces pongámonos a trabajar ya!
X: Voy a preparar todo en este momento; tengo que aprovechar que el cuerpo aun entra en estado de rigor mortis. (Y dicho esto sale de la sala)


Estefania y Alfredo intentan hacer que Doménica reaccione pero no lo consiguen, por lo que la recuestan en el mueble y deciden esperar a que reaccione sola. 
Mientras X se ha ido a conseguir la moledora y todos sus instrumentos cortantes (quien ha bajado por la puerta de servicio para no ser visto) Estefanía vuelve a llenar su copa de champán mientras Alfredo saca un cigarrillo, el cual fuma con mucha placer.
Ambos se quedan por varios segundos callados mirando el cadáver de Enrique que los observa con los ojos entre abiertos.

Estefanía: Alfredo, ¿y después de todo esto?
Alfredo: Después de todo esto solo nos queda encomendarnos a Dios y esperar a ver que sucede.



jueves, 20 de agosto de 2015

6 - (Basada en una historia casi real)

Les juro que yo no tengo nada que ver en la muerte del ruso.
Esto mismo se lo he dicho a la policía miles de veces e incluso al imbécil de mi abogado que lo único que hace es mover la cabeza, como esos perros que adornan las combis, pero sé que ni él me cree. 
Y lo repito y no me cansaré de repetirlo; yo no maté al ruso, el ruso se mató solo. 
Pero bueno, en el caso de que hubiera que echarle la culpa a alguien la culpa seria de las novelas; pero aun así podría decirse que el ruso se mató solo porque nadie lo obligaba a verlas, él solito, fruto de la vagancia, ya que no le daba la gana ni de estudiar, ni de trabajar, cogía el control y podía quedarse horas de horas llorando o emocionándose con las cosas que las antagonistas les hacían a las estúpidas de las protagonistas. ¡Y eso! más específicamente ese punto, las antagonistas; el ruso siempre sintió una fascinación por la malas; las amaba, quería ser como ellas ¡y no lo digo en broma! Y ya ven como acabó.
El primer paso de aquella transformación consistió en que, cada vez que yo decía algo que no le gustaba levantaba una ceja y me quedaba mirando como si quisiera despellejarme vivo, me soltaba alguna frase fonéticamente bien compuesta y cargada de drama y seguir en lo suyo.
Luego fueron las respuestas desafiantes; él que era callado, un tanto sumiso y buena compañía de pronto comenzó a contestarme con una agresividad aprendida e imitada al milímetro que con el paso de los días empezó a dejarme perplejo y sin palabras. A eso hubo que sumarle que el tono de su voz también cambió y se tornó cada vez más autoritario y violento. Pasadas algunas semanas ya no dejaba ver sus ojos verdes pues usaba lentes de sol hasta para ir a cagar, su postura cambió, su ropa era otra. Para cuando hubieron pasado dos meses ya usaba un parche en el ojo como Catalina Creel.
A los seis meses yo no podía decirle ni chis. 
Cuando íbamos en el auto manejaba sin mirarlo, rezando porque su hermano, con quien mantenía una relación oficial desde hacía muchísimos meses atrás, no llamase pues los arranques de celos del ruso terminaban convirtiéndose en una violencia que llegaba a ser extremadamente peligrosa. Y en esta parte debo hacer un mea culpa y confesar que sí, que no solo me metí con el ruso y con Enzo, sino que me comía a los tres hermanos, Paco, Enzo y al ruso ¡pero no porque yo lo haya querido! ellos lo buscaron, pero bueno, esa es otra historia que merece otra noche de cartas y de chicha canera. Solo para cerrar esta parte del tema, y para dejarles las cosas claras, el ruso sabia que Enzo y yo éramos pareja, siempre lo supo y le reventaba pero aun así siempre quiso ser el otro, el amante porque de verdad lo disfrutaba, aquello lo hacía sentir que su vida era una real telenovela.

No fue sino hasta que Enzo me pidió que le comprara el Mercedes que el ruso sacó las garras y se volvió completamente loco. De pronto cuando nos peleábamos por cualquier sonsera las dos primeras palabras me las decía  absolutamente tranquilo y después empezaba a gritar como un poseído y a decirme una serie de maldiciones que jamás imaginé que un chico de dieciocho años pudiese decir. 
Una tarde de esas en las que estábamos en el auto se enteró que iba a viajar con Enzo y me enfrentó como cuando Soraya Montenegro desahuevaba a Luis Fernando de la Vega por la presencia de María la del Barrio en su casa. Como yo no supe que decir porque ¡obviamente! me encontraba aturdido por los gritos y los insultos, entonces el loco de mierda del ruso cogió el timón y lo giró hacia un lado con todas sus fuerzas mientras gritaba que si no era suyo entonces tampoco sería de otro. 

Hasta ahí todo estaba más o menos bien.
Hasta que llegó el trágico día en el que el ruso partió de este mundo seguro para gritarle a Dios a voz en cuello.
Estábamos en mi casa.
Enzo se había quedado a dormir, como siempre, y como éramos pareja, había dejado un poco de ropa suya en casa, evidencia que debía desaparecer para no despertar a la Rubí que el ruso llevaba dentro de sí. 
Enzo y yo tomamos desayuno, lo llevé a su casa, me despedí de él, arranqué y me cuadré a la vuelta, como todos los días, para esperar a que el ruso saliese para acompañarme a casa y de ahí a las empresas.
Cuando llegamos cogió el control del televisor, se sentó en la salita de estar y se puso a ver una de sus novelas. Yo como había empezado a  hacer una dieta a base a te ginseng me metí al baño a botar hasta las tripas. Al cabo de unos segundos el ruso llamó a la puerta de una manera muy calmada. Yo le dije que estaba ocupado pero el insistió, así que le volví a decir que me esperase unos minutos ante lo que este respondió que era muy importante por lo cual decidí abrirle la puerta, total, teníamos la suficiente confianza, ya que de no ser por Enzo, se podía decir que lo nuestro era prácticamente una relación. De pronto sin previo aviso me metió una reverenda cachetada que casi me saca de la taza del guater. Antes poder reaccionar me volvió a meter otra la cual me volvió a colocar en mi sitio, me tiro el bóxer de Enzo en la cara y salió del baño. Quise limpiarme para salir a tranquilizarlo cuando comencé a escuchar que el ruso estaba destrozando todo lo que tenia a su paso, lo cual me obligó a subirme el pantalón y salir del baño como estaba. 
Lo primero que vi fue a un ruso fuera de sí y con el parche puesto en el ojo. El muy hijo de puta, que en paz descanse, se había dado el trabajo de caracterizarse, quién sabe si para darse más fuerza o para sentirse más villano que nunca y había comenzado a hacer añicos todos lo que encontraba a su paso.
Traté de cogerlo para que no terminara de destrozar la sala pero en un gesto bastante delicado-teatral logro zafarse de mí, me señalo con un dedo firme y acusador y me dijo que era la peor basura que había conocido en su vida y que se las iba a pagar, que me iba a arrepentir de cada lagrima que lo había hecho derramar. Yo para esto no sabía de qué sufrimiento hablaba pues las cosas siempre habían estado claras entre nosotros. 
Cogió una lámpara de una de las mesitas y la reventó contra la pared, luego lanzó el marco de fotos en el que estaban mi hija y mi ex esposa, el cual logré atrapar en el aire,  descuido que me costó que el ruso sacara la cabeza por la ventana y gritara que era mi marido y que lo estaba engañando con su hermano. En mi desesperación solté el marco de foto, que al final igual terminó haciéndose mierda, para taparle la boca pero este me empujó, retrocedió llorando hasta toparse con la pared y comenzó a chorrearse por esta  mientras lloraba como si se le hubiese muerto un familiar, diciendo que porque a él, que por que “Dios mío” lo castigaba de esa manera. Acto seguido me maldijo un par de veces, se limpió la baba que tenía en el cachete y aun llorando comenzó a pedir por su mama, que quería a su mama. Como comprenderán en ese momento no supe si reírme, llamar a un psiquiátrico o echarle agua y correr por mi vida. Todo era muy confuso.
Después de haber llorado varios minutos, tiempo que le sirvió para recobrar energías, se puso de pie, corrió al pasillo y antes de traerse abajo todos mis cuadros de Touluse Lautrec colgados ordenadamente a lo largo de este, gritó que si no era suyo entonces no podía ser de nadie más. Recuerdo clarísimo que gritó que yo  era suyo ¡SUYO! Y fue en ese momento y presa de la emoción del momento que no cálculo que la mampara de madera que estaba al final del pasillo y daba al jardín interno se encontraba cerrada y fue a empotrarse contra ella por lo que cayó al piso violentamente mientras los vidrios salían despedido en todas direcciones. 
Creo que el ruso nunca se había puesto a pensar que en las novelas ese tipo de escenas suelen ser grabadas por dobles, o suelen ser grabadas con un muy ingenioso juego de cámara, así como cuando Soraya se cae del piso mil y no muere. En este caso fue diferente, el ruso no tuvo doble, ni cayó por ninguna ventana. Nadie gritó ¡corte! y lo felicitó por su brillante actuación. El ruso no vivió para saber en que acababa la novela; un gran pedazo de vidrio que se desprendió por el impacto le cayó en el cuello provocando que se desangrara y que muriese en pocos minutos. 

Ya que estaba en esas recordé que en las novelas lo usual es que la protagonista llamase a la policía para informarles que una loca de atar, encadenar y exorcizar, había muerto en su casa de manera accidental; así que cogí el teléfono, llamé a la policía, la cual llegó en pocos minutos y, en vez de darme una manta para cubrirme y una taza de café para subirme la presión debido el susto vivido y al shock, a punta de lisuras me obligaron a identificarme, me enmarrocaron en contra de mi voluntad y me dijeron que estaba más cagado que nido de pájaro. Me metieron a la patrulla a la fuerza y es así como, desde ese momento, no he dejado de jurar que yo no tengo nada que ver con la muerte del ruso.



viernes, 17 de abril de 2015

5 - Celos, sudor y muerte.

Querido diario.

Quizá sea ridículo que un hombre como yo, un contador hecho y derecho, de cuarenta y pico de años, de metro ochenta de estatura, cien kilos de peso y abundante vello en el culo vaya a realizar estas confesiones en tus delicadas y perfumadas páginas pero tu eres el único que me entiende sin burlarse o reprocharme nada, no como la bruja de mi mujer a la que le parece mal todo lo que hago o digo. 
Yo sé, antes entendías cosas mas banales, entendías las cosas de mi pequeña hija pero que sabe la mojona esa de la vida, lo que le pasa a ella no es tan pesado ni doloroso como las cosas que me suceden a mi día a día. Y precisamente hace unos meses ocurrió algo que aun el día de hoy no he podido olvidar. Fue horrible.

Un domingo por la noche acababa de regresar a casa con mi mujer de hacer las compras de la semana cuando durante el lonche prendo el televisor para ver Panodrama y lo veo, Gaspar Gutiérrez, mi archi enemigo de la secundaria estaba siendo entrevistado desde Miami porque se había convertido en el “peruano de moda” a causa de su grupo de jazz del cual era vocalista y líder. El muy maricón vivía en una casa con playa privada en el barrio de las celebridades, se acababa de comprar un Porsche y estaba por brindar una fiesta en su yate de un millón de dólares. Obviamente que cuando vi eso se me comprimieron las tripas a causa de los celos pero bueno, reconocí que era de esperarse y es que el tipo tenía talento, lo demostraba en el colegio cantando y tocando su guitarra aun cuando mis compañeros y yo le gritábamos como desaforados “¡Sao!” acto que si bien lo ponía rojo de la ira nunca lo hizo desistir de su pasión y bueno, le dio resultados.
Luego Gutiérrez pasó a presentar a su esposa, una panameña riquísima con unas curvas, un culo y unas tetas de infarto. Extrañamente en ese momento y como si se tratase de una reacción reflejo levanté la mirada para comprobar que mi esposa no estaba tan fea pero ahí estaba la gárgola esa devorándose un pan con salchicha huachana mientras se rascaba una teta. Debo confesarte mi querido nuevo confidente y amigo que en ese momento le pedí a Dios que me recogiera o que, mejor aun, la recogiese a ella por fea.
No contenta con restregarme en la cara el éxito de ese mamón de pronto a la muy hija de puta de la reportera se le ocurre preguntarle por la época del colegio lo que provocó que contara que tenía un compañero con el que no se llevaba bien durante la secundaria pero que no le guardaba rencores y esperaba que fuera igual de exitoso que él. Aquella burla, porque no podía ser otra cosa, se me clavó en el estómago como un papa rellena de dos soles. Por último, y para terminar de rematarme, nuevamente la hija de puta le pide que se meta a la piscina y en ese momento sentí como si me estuviera quemando por dentro; el muy cretino se quitó el polo y ¡pum! los músculos cayeron para colocarse nuevamente en su lugar. Como habría sido aquella imagen de fuerte que mi mujer dejo de tragar, porque eso es lo que hace tragar como la vaca que es, y se quedó boca abierta comentándole a mi hija que el de la tele estaba buenísimo. 
En ese instante me puse de pie y devastado me fui a mi habitación sin probar un solo bocado ante el asombro de todos. Como es lógico no pude dormir y me pasé toda la noche pensando en lo desgraciado que era por ser gordo ya que, si bien me daba igual si el tipejo ese tenia o no un reino completo, aquella última imagen era la que más me había impactado y ofendido sobre cualquier cosa dicha o hecha en aquel mugre reportaje; y es que el dinero se puede conseguir, las esposas se pueden cambiar, a los hijos se les puede mandar a algún internado, pero lo que un hombre de mas de cuarenta años con cien kilos no puede conseguir por nada del mundo es tener ese cuerpo completamente tonificado y ese bronceado parejo y espectacular.
Quien te dice que después de tantas horas de sufrimiento y llanto ahogado de pronto llegó a mí la revelación; sí, tenía que bajar de peso, conseguirme una esposa falsa, tomarme las respectivas fotos y hacer que Gutiérrez logré verlas por Facebook para que vea que, si bien no tenia su fama, yo también estaba espectacular.

Al día siguiente apenas llegué a la oficina hablé con mi jefe para pedirle días de libres, ya que había decidido hacerme la banda gástrica con los ahorros de la universidad de los chicos, pero este se negó porque hacia quince días acababa de regresar de vacaciones y tenía mucho trabajo acumulado, lo que provocó que lo maldijera a él y a todas sus futuras generaciones. 
Tuve entonces que tomar la decisión de ir por el camino difícil y tortuoso, el de la dieta y el ejercicio; así que apenas llegué a casa anuncié que todos entraríamos en un régimen alimenticio, porque ni cagando me iba a matar yo solo con la dieta mientras los demás comían rico. Acto seguido empecé a eliminar del refrigerador cualquier insumo que se cociera en base a aceite, claro está, entre los reclamos de mi mujer que iba cogiendo en el aire todo lo que iba botando, pero una vez que logré convencerla de que últimamente me había estado sintiendo mal y lo hacía por la salud de los chicos terminó aceptando.
La primera semana mantuve la dieta estricta; tomaba dos litros de agua al día, comía muchísima fruta, ya no me movilizaba en el auto sino a pie, me estaba yendo bien entre comillas pero todo aquello, y conforme fueron pasando los días, solo lograron sumergirme en una profunda depresión. Ya no era el mismo, el gordo bonachón y simpático que se comía las sobras del almuerzo de la gente del trabajo y que alegraba la mesa con mil y un ocurrencias, me había convertido en un ser lúgubre, oscuro, sin ninguna chispa de alegría, motivo por el cual se armó una comisión en la oficina para convencerme de que desista de mi propósito. Yo naturalmente me opuse y dije que podría superarlo, que era un hombre fuerte y que cuando menos se dieran cuenta volvería a ser el mismo de siempre. Sé que no logré convencerlos del todo pero fingieron creerme y se retiraron, no sin antes dejarme medio pollo a la brasa con papas el cual terminé devorando de una manera desesperada entre lágrimas de arrepentimiento y de felicidad.

Querido diario, ¿Por qué será tan difícil dejar de comer? ¿Por qué, simplemente uno no se puede coser el hocico y aguantarse el hambre hasta ponerse anémico? ¿Por qué la vida nos obliga a llegar al extremo de pensar en vomitar mañana, tarde y noche? ¿Por qué no existe un aparto que te haga bajar de peso en media hora y sin mover un puto dedo?

Pasado un mes solo había bajado cien gramos, lo que provocó que me pusiera rabioso.
En ese momento me di cuenta que tenia sumarle a mi dieta un poco ejercicio, así que me matriculé en un gimnasio, compré ropa deportiva, me hice la promesa que entraría por las mañanas y así fue.

El primer día de gimnasio, aparte de llevarme el susto de mi vida me sentí como un reverendo imbécil. 
Estaba parado en la recepción mirando chicas cuando se me acercó el instructor, un tipo musculoso con forma de kión con una actitud tan desbordante de energía y optimismo que me asusté, quise hacerme el loco y decirle que estaba esperando a alguien pero este me saludo dándome un apretón de mano… no, no me dio un apretón, me trituró la mano y me zarandeó de tal manera que cuando me soltó estaba mareado, luego me pidió que lo acompañara, lo seguí, de pronto me alcanzó un par de pesas diminutas que no sé de dónde sacó y me pidió que hiciera tres repeticiones de quince. Un poco avergonzado, porque obviamente se me veía como un ridículo con esas dos pesitas, empecé a hacer lo que me había dicho. Antes de acabar la última serie tenía ganas de irme a casa y tirarme en la cama del cansancio que tenía; quien iba a pesar que aquellas pequeñas piezas de metal, al cabo de un rato, iban a pesar tanto. 
No sé como pero justo cuando estuve a punto de terminar y aventarlas al piso apareció nuevamente el entrenador y diciéndome una serie de estupideces como que: era un campeón, que estaba en la onda y no sé cuanto idiotez más, me llevó a empujones a otra zona del gimnasio, ahí me paro en un step y me pidió que hiciera una serie de saltitos y que me tocara las puntas de los pies. Por supuesto que con la tremenda barriga solo podía bajar la cabeza y tocarme las rodillas lo que provocó que el hombre se volviera loco y empezara a gritarme para que lo hiciera cada vez más rápido y con más energía. Debo aceptar hidalgamente que di todo de mí pero no pude terminar la rutina, lo que provocó que el instructor se puso como un poseso. Me pidió, entonces, que me echara en una banca acolchada y que levantara una barra la cual se encontraba apoyada en dos parantes. Obedecí. Nuevamente tres de quince pero después de la primera ya quería llorar y aventar la barra por un lado, mentarle la madre al tipejo ese y largarme, pero era imposible, el hombre caminaba alrededor de la banca como un enfermo mental diciéndose a sí mismo que yo tenía que hacerlo, que si podía, que si no lo hacia me derrotaría a mí mismo, que no me iría sin luchar, que no podía derrotarme a mí mismo, que las grasas eran el demonio y que por eso los gordos estábamos condenados a irnos al infierno. A duras penas y con el corazón en la boca pude terminar la secuencia. Quise pedir un descanso pero el entrenador me cogió por la mano, me subió a la trotadora, presionó el botón de máxima potencia y me hizo correr como si se estuviera saliendo el mar. En ese momento pensé lo peor, pensé que mi historia había terminado y vinieron a mí flashes de mi vida familiar, del infeliz día de mi matrimonio y de aquellos días en los que jodía a Gutiérrez y nos peleábamos en el parque de atrás del colegio. Yo corría, corría como un demente mientras el entrenador caminaba de un lado para otro y hablaba más rápido y en un idioma que no podía entender. Comencé a hacerle señas para que parase la máquina pero este comenzó a hacerse preguntas y a responderse. A los pocos segundos note que estaba peleándose consigo mismo. Entonces no soporté y le bajé un poco la potencia pero este de inmediato la volvió a subir e inclino en un ángulo de 30 grados la base de la trotadora lo que hizo más difícil que pudiera terminar vivo. 
De pronto se me empezó a nublar la vista y no soporté más, le grité al hijo de puta que apagara la máquina, que lo iba a denunciar y que me iba a encargar de que no vuelva a trabajar en ningún otro gimnasio pero el tipo ahora se daba de cabezazos contra la pared mientras seguía hablándose como loco. Entonces utilizando mis últimas fuerzas y viendo que el otro seguía en su trance aproveché para bajar la potencia de la máquina gradualmente y cuando se hubo detenido del todo me tendí al piso panza arriba mientras las personas se me acercaban para preguntarme si estaba bien. 
Lo último que recuerdo es que alguien gritó que llamaran a una ambulancia y que yo juré, juré por mi santísima madre, que nunca más en la vida volvería a luchar por convertirme en alguien que yo no era.